Enfermo
Postrado en el umbral de la realidad sensorial y tangible, me recluyo en el seno del sofá, aquejado por un malestar que ha sido mi fiel compañero durante dos jornadas completas, manifestado en la forma de una migraña implacable.
La aurora, con sus luces transitorias, me resulta tan extraña como el lenguaje de los astros. Una apatía insuperable me priva de toda voluntad y motivación. Deberes y obligaciones se acumulan como una montaña inabarcable de responsabilidades. Mi perra, testigo mudo, observa desde el balcón mi decaimiento, con la misma resignación que yo.
El rumor de fondo constante del televisor apenas alcanza a penetrar la neblina de mis sentidos, en tanto que mis párpados, pesados como losas, se rinden al ineludible llamado del adormecimiento.
¿Acaso es este el epítome de la inacción, este estado de languidez perpetua que me consume? En mi letargo, dilapido las horas, si acaso este deambular por el filo de la existencia puede ser malgastado.
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