Librepensamiento o dogma.


Imagina por un instante que eres un librepensador que basa sus razonamientos en el pensamiento crítico y en el análisis de los temas que afronta, no sólo en tus trabajos teóricos, sino también en la cotidianeidad de tu día a día.

Imagina que te encuentras con aquella vecina que apenas te conoce, como casi nadie, ya que sueles guardar cierta distancia social, con excepción de tus buenos amigos y de tu familia. Esa vecina es psiquiatra, y cada mañana se viste con un dogmático vestido de traumas y complejos ajenos y sale a la calle, ataviada con sus enormes lentes de psicoanalista.

Imagina que en un momento dado surge como tema de conversación la amistad, y te pregunta, desea escuchar tu opinión. Pero tú no tienes una opinión sobre la amistad, ni sobre nada, porque eres un librepensador, el Librepensador. Así que analizas el tema en cuestión de segundos, lo procesas. Libre y crítico, contemplas la noción de amistad desde todas las direcciones posibles, como un observador minucioso de la condición humana. Tus pensamientos se entrelazan el abrazo cálido de la camaradería y con el frío aislamiento del individuo. Tras ello, viertes las primeras opiniones que te sugiere el concepto.


Afirmas que la amistad, en su esencia, es un faro en la tormenta, una mano amiga en los momentos sombríos. No cedes, sin embargo, ante la ilusión de que todos los camaradas serán baluartes inquebrantables; sabes que en ocasiones, los amigos sólo son sombras que profundizan en el dolor y la soledad. Sugieres que la independencia puede ser una alternativa, que la amistad no es una necesidad ineludible, sino una elección. Insistes en la posibilidad de la hipocresía, en la dualidad humana que a veces aflora incluso en las relaciones más cercanas. Subrayas el egoísmo arraigado tanto en las amistades como en la sociedad en su conjunto, un espejo en el que los intereses personales a menudo eclipsan la generosidad. Reconoces que la compañía de amigos puede teñir tu vida de colores vibrantes, llenándola de aventuras compartidas, de experiencias de vida. Y aunque se trate de una necesidad humana, de una fuente de integración y pertenencia, la abordas también  como un contrato social, donde la reciprocidad une a las personas, cuestionando así su autenticidad. Consideras que la amistad es siempre impuesta, una convención social, y que el impacto profundo de la carencia de amigos, la sensación de estar rodeado de enemigos o la experiencia angustiante del ostracismo social son el motor para la reproducción de amigos.

¿Qué crees que piensa tu vecina desde sus ojos de psiquiatra? ¿Qué crees que opina la panadera de tu barrio de esta respuesta? ¿Y tu mejor amigo? ¿Qué opinirán los demás? ¿Se apoyarán también en visión crítica para analizar tu exposición o la de cualquier otro tema?

Nunca podremos introducirnos dentro de la otra persona para lograr saber qué pasa por su cabeza, qué ideas genera y cómo las expone. Pero si creo no errar si te digo que la mayoría de interlocutores con los que te encuentres no relacionarán nunca el librepensamiento y el razonamiento crítico con tu opinión o tu forma de ser. Tal vez piensen que eres incoherente, que dices sandeces, que algo “no rutlla” ahí dentro, que algo te traumó en la infancia, que tus actitudes revelan la existencia de un complejo neofreudiano o que tus palabras soportan el peso de la desestructuración familiar o de los orígenes culturales. Pero tranquilo, nadie pronunciará ni una palabra, sólo esgrimirán una mirada hostil o tal vez confusa, y seguirán abrigados por la comodidad de sus ropajes de dogma.

Y sin embargo, si meditas un instante, sabrás que aquello que más nos diferencia de la mal llamada inteligencia artificial, son precisamente esa supuesta incoherencia y el librepensamiento, los mismos que hoy te condenan y te apartan de esa normalidad tan humana. 

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